Hoy fui a mi última misa en la parroquia de mi pueblo... siento paz, (certeza silenciosa) de volver a la misión, acompañada del dolor de dejar a mamá y a la familia ...llegué en el salmo responsorial... y con verguenza entré de puntitas a la iglesia, me arodillé saludando a mi Dios... sentí la mirada del sacerdote y dije para mis adentros... -ni modo, llegué tarde-.
El evangelio: "siervos inutiles somos, hicimos lo que teniamos que hacer"... en la homilia el padre giró sobre la importancia de reconocer al Señor en la vida y de la paz que regala a quienes cumplen su voluntad... No podía ser más precisa esa palabra para mi corazón. Pero lo que me estrmeció fue el momento de la comunión... cuando llegó mi turno, el padre buscó en el copón sagrado "un pedacito" de la hostia consagrada en el altar y me la dio con una discreta sonrisa de hermano. Me quebrantó... habîa tratado de seguir con entereza estos ùltimos días ... ante esto me derrumbé. Agradezco infinitamente este delicado gesto de mi hermano sacerdote, a quien saludé brevemente el día de las misiones que me invitaron a participar en la misa. No conozco su nombre, ni hubo otro nexo de amistad, ni lugar de encuentro. Descubro la presencia de Dios amante y misericordioso en su ministro, a quien le inspiró... no sé qué... y con un "pedacito" de pan, gesto de comunión fraterna, me fortaleció, me conrifmó y me envío de nuevo al Africa. Hice lo que tenía que hacer por mi madre y que ahora seguiría sirviêndole.
Esta fue la misa de envío misionero más bella del mundo, en comuniôn, discreta y silenciosa.
Hasta la prôxima. Cuídense. Dios los bendice siempre.
Con inmenso cariño y gratitud a todos.
Paula